XVII
Aparece la llanura Padana amplia, despejada y fértil. De cerca,
con sus viñedos y sembradíos de espárragos, se tiene la percepción de que es
tan plana como el llano venezolano; pero al alejar la vista este cuadro
desaparece: hay árboles grandes en colinas en un fondo nebuloso de trazos
amarillos y rosados. El Po que atraviesa
la llanura, en uno de sus tramos, fue convertido en río de sangre y fuente de epidemias hace más de mil años: el papa Gregorio III ordenó
arrojar los muertos de las batallas con los bizantinos en el río, el cual se
contaminó y por más de un lustro en algunos sitios no se pudo comer pescado. La
discusión sobre el uso de las imágenes
religiosas fue el motivo de la guerra. Los de Bizancio las negaban,
mientras que el papa las aceptaba, muy a pesar de la infalible palabra de la
Biblia que las prohíbe; pero donde no hay iconos no hay un atractivo especial
para ganar adeptos a la fe, por eso la iglesia aceptó las ideas del filósofo
griego Plotino, quien vivió en el siglo II y desarrolló la teoría de las
imágenes y su poder curador a pesar de los
mandatos del Decálogo que instan abstenerse de adorar imágenes. Según Plotino, las imágenes emanan un poder
curador (Doctrina de la Emanación). Las
imágenes empiezan a usarse en el tratamiento de las enfermedades; y ahora no
hay hospital o clínica privada sin sus capillas, altares y santos con sus
respectivas velas.
Cerca está Padua, en cuya universidad trabajó
uno de los más destacados médicos medievales: Pedro de Abano. La Iglesia lo
acusó de no creer en los milagros y registrarle las vísceras a los muertos para
practicar magia. Murió durante el juicio, pero igual lo condenaron a la
hoguera. Unos dicen que su cadáver fue lanzado al fuego; mientras que otros
afirman que sus amigos lo robaron y lo sepultaron.
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