Llegamos a Venecia en un barco que abordamos en Marghera. Desde el Gran Canal se divisa la Basílica de Santa María de la Salud, con sus cúpulas y capillas, cuya construcción recuerda la peste que azotó la ciudad en 1630. Un conde fue internado en el Lazzaretto Vechio, un hospital para pestosos; aunque no debió salir nunca, lo hizo y diseminó el mal por toda la ciudad. Los muertos se contaron por miles, y los habitantes solicitaron ayuda divina, la cual llegó, se supone. En agradecimiento se erigió el templo, en cuyo recinto se le reza a la Virgen de la Salud. Los santos martirizados Cosme y Damián también son parte del culto, quienes el siglo III ejercieron la medicina entre los pobres sin cobrar. La leyenda dice que una vez sustituyeron la pierna de un enfermo de gangrena por la de un negro que había muerto. El arte ha reflejado esta manifestación de la medicina mística en muchas pinturas donde se ve a un hombre blanco en su lecho de enfermo con una pierna negra. Cosme y Damián son ahora los patrones de los médicos, los cirujanos y los farmaceutas; además, con sus nombres se designan algunas sociedades para trasplantes de órganos.
En una góndola nos adentramos por los canales de la ciudad. El gondolero nos cuenta la historia de algún monumento; sin embargo las mujeres de la embarcación quieren oírlo cantar como en algunas películas, pero el conductor sólo ríe mientras pasamos por puentes y divisamos balcones sobre nuestras cabezas y gaviotas en la lejanía. Puente Rialto, grita el gondolero-: Tiene más de mil años; el Palacio Ducal que encierra las historias más distantes del gobierno veneciano; el hotel donde se alojó Mozart; la última morada de Wagner; y así sigue, citando edificios y personajes que alguna vez se hospedaron en ellos.
Al pasar por el Puente de los Suspiros descorchamos una botella de champaña y brindamos. Alzamos las copas por el amor, la amistad y el momento único de respirar el aire veneciano. No obstante, este puente en realidad recuerda los quejidos dolorosos y no los suspiros placenteros de los prisioneros condenados a muerte que allí se encontraban recluidos.
A propósito, cuando llegaron los camiones de carga a Venezuela en el siglo XX susprimeros choferes fueron italianos, quienes cariñosamente los llamaron gandolas .en recuerdo de las famosas lanchas del mar Adriático.
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