ELVIRA MUGNO Y MIGUEL MALASPINA,FUNDADORES DE LA FAMILIA MALASPINA EN VENEZUELA.

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ELVIRA MUGNO Y MIGUEL MALASPINA, FUNDADORES DE LA FAMILIA MALASPINA EN VENEZUELA.

jueves, 9 de junio de 2016

MEMORIAS DE ITALIA (XIV)


XIV
      Nos encontramos con Isabel, una anciana maestra mejicana del grupo de turistas. La acompaña su pequeño hijo, quien no pasa de los quince años y es muy inquieto y parlanchín. Nunca calla y se mete en todo. Isabel, con  una escoliocifosis  severa que descuadra  sus caderas, es de caminar lento y penoso. Antes de entrar en conversación nos dice disimuladamente, para que no la escuche el muchacho, que no es su madre biológica.  Aclaratoria que  hace para evitar comentarios imprudentes ante la notoria diferencia generacional. Seguramente le habrían preguntado por el nieto, cuando la realidad es que el chico  nunca ha puesto en duda  que anda con su madre. Ahorró toda la vida para llegar hasta Florencia. Se declara admiradora de los Médici y dice que el Renacimiento se le debe a Lorenzo. A usted como médico-continúa- le debe interesar el hecho de que los Médici deben  su apellido a que la primera profesión de sus ancestros era  la de  médicos. Fíjese en el escudo que he visto en algunas calles: tienen dibujados unos círculos, que en realidad son pastillas o como dicen ustedes tabletas a comprimidos, qué sé yo.








 Isabel se acomoda al cuello una pañoleta para agregar: mire, hablando de su carrera, le contaré  una  anécdota que una vez leí no recuerdo dónde: una vez   estaba cenando Lorenzo de Médici con sus amigos  y surgió una conversación sobre los oficios y profesiones en Florencia. Uno dijo que lo que más abundaba en la ciudad eran los artistas, pintores, escultores y artesanos. Otro que los tejedores de paño; y una dama dijo que los joyeros pasaban de cien. Gonella, el bufón, expresó que los doctores eran mayoría en Florencia. Lorenzo sonriendo dijo que sólo había tres doctores florentinos: dos que curaban a todos los habitantes, y Antonio Ambrosio, su propio médico; pero como Gonella insistía en su posición decidieron retarlo para que la demostrara. Gonella aceptó la apuesta y al día siguiente se amarró un pañuelo en la cara y al primero que le preguntó le dijo que tenía dolor de muelas. Inmediatamente le aconsejaron oler tres pelos  quemados de un gato negro, agarrado en el cruce de cuatro calles. Un monje le recomendó calentar vino tinto y beberlo mientras rezaba. Y así Gonella recibía recetas, las cuales anotaba, de músicos, poetas, sabios y campesinos.
 En la tarde el bufón regresó al palacio de Lorenzo, quien  al verlo indagó por la salud de sus dientes. Me duelen mucho, por favor, llame usted a Antonio Ambrosio. No es necesario, contestó Lorenzo: -Entiendo mejor de estas cosas que mi propio médico. Yo mismo te curaré:-  Aplícate compresas de  hojas de salvia hervidas y enjuágate la boca con agua de manzanilla. Además, puedes darte masaje en los carrillos con un saquito de arena caliente. En la noche Gonella tenía trescientos nombres de personas que se creían médicos y más de mil recetas. Había ganado la apuesta. Reímos y celebramos el relato de Isabel. Más tarde supe que lo contado por maestra es un relato de Ítalo Calvino.
 Yo recordé al médico Florentino Antonio Benivieni, quien al final del Medioevo hizo la primera autopsia, para buscar las causas de la muerte, en un paciente que no retenía alimentos en el estómago por tenerlo obstruido con un tumor.

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