ELVIRA MUGNO Y MIGUEL MALASPINA,FUNDADORES DE LA FAMILIA MALASPINA EN VENEZUELA.

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ELVIRA MUGNO Y MIGUEL MALASPINA, FUNDADORES DE LA FAMILIA MALASPINA EN VENEZUELA.

martes, 7 de junio de 2016

MEMORIAS DE ITALIA (XII)

XII







             En Ponte Vecchio me acerco a un grupo de turistas. Hablan de Boccaccio y su Decamerón, cuyo inicio tiene que ver con la peste que azotó a Florencia en 1348, a partir de la cual se enlazan los cien relatos del libro. Las aguas del Arnes fueron testigos de la mortandad, dice uno. Citan a Boccacio: los médicos ordenaron limpiar la ciudad, prohibieron la entrada de gente proveniente de ciudades infectadas. Sin embargo, los enfermos morían, incluso a pesar de las oraciones. Cuando salían unas ampollas hinchadas  como huevos en la ingle o en la tetilla izquierda, se diagnosticaba el mal. Las manchas negras  en brazos y piernas significaban la muerte al tercer día de su aparición. Se creía que la dolencia se transmitía al hablar con el  enfermo, tocar su ropa o un objeto que hubiese estado en contacto con el desdichado. Unos cerdos rompieron la vestimenta de un enfermo y a las pocas horas murieron. El pestoso moría solo, sin ninguna ayuda, porque nadie quería visitarlo, lo que Boccaccio calificó de  proceder bastante inhumano y cruel: uno abandonaba a su propio hermano enfermo; la mujer a su esposo; y lo más increíble cuando el padre y la madre huían de los hijos afectados. Pocos hombres ofrecían cuidados al paciente por grandes cantidades de dinero para acompañarlos en su despedida final. Se vieron casos cuando enfermo y cuidador murieron juntos. Las mujeres contagiadas se sentían tan mal que perdían la vergüenza a la desnudez. La gente se desayunaba en sus casas y  cenaba en el  otro mundo. Los entierros se hacían con pocas oraciones para alejarse lo más rápido posible de la fosa.
 Algunos pensaron que estarían a salvo si comían y bebían poco y apartándose de los amigos. El sexo se prohibía; en cambio se recomendaba oír música. Pero había otras opiniones: el mal se evitaba  con vino abundante, manjares de todo tipo y mucho sexo. Alegrarse, reír y bailar también espantaba la peste, como consecuencia no se lloraba a los muertos y así se conservaba la salud. Para el mal olor proveniente de los cadáveres se ponían en la nariz  hierbas aromáticas y flores. Los hombres y mujeres   huían de Florencia a los campos aledaños…


     Nos alejamos del grupo. Preferimos respirar la fragancia renacentista de la ciudad acogedora,  hermosa y festiva, antes de seguir escuchando los relatos tristes que casi nos hacen percibir las emanaciones letales  que la impregnaron hace siglos de pena y desconsuelo.

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