ELVIRA MUGNO Y MIGUEL MALASPINA,FUNDADORES DE LA FAMILIA MALASPINA EN VENEZUELA.

ELVIRA MUGNO Y MIGUEL MALASPINA,FUNDADORES DE LA FAMILIA MALASPINA EN VENEZUELA.
ELVIRA MUGNO Y MIGUEL MALASPINA, FUNDADORES DE LA FAMILIA MALASPINA EN VENEZUELA.

domingo, 12 de junio de 2016

MEMORIAS DE ITALIA (XVII)

XVII
    Aparece la llanura  Padana amplia, despejada y fértil. De cerca, con sus viñedos y sembradíos de espárragos, se tiene la percepción de que es tan plana como el llano venezolano; pero al alejar la vista este cuadro desaparece: hay árboles grandes en colinas en un fondo nebuloso de trazos amarillos y rosados. El  Po que atraviesa la llanura, en uno de sus tramos, fue convertido en río  de sangre y fuente de epidemias  hace más de mil años: el papa Gregorio III ordenó arrojar los muertos de las batallas con los bizantinos en el río, el cual se contaminó y por más de un lustro en algunos sitios no se pudo comer pescado. La discusión sobre el uso de las imágenes  religiosas fue el motivo de la guerra. Los de Bizancio las negaban, mientras que el papa las aceptaba, muy a pesar de la infalible palabra de la Biblia que las prohíbe; pero donde no hay iconos no hay un atractivo especial para ganar adeptos a la fe, por eso la iglesia aceptó las ideas del filósofo griego Plotino, quien vivió en el siglo II y desarrolló la teoría de las imágenes y su poder curador a pesar  de los mandatos del Decálogo que instan abstenerse de adorar imágenes.  Según Plotino, las imágenes emanan un poder curador (Doctrina de la Emanación).  Las imágenes empiezan a usarse en el tratamiento de las enfermedades; y ahora no hay hospital o clínica privada sin sus capillas, altares y santos con sus respectivas velas.



 Cerca está Padua, en cuya universidad trabajó uno de los más destacados médicos medievales: Pedro de Abano. La Iglesia lo acusó de no creer en los milagros y registrarle las vísceras a los muertos para practicar magia. Murió durante el juicio, pero igual lo condenaron a la hoguera. Unos dicen que su cadáver fue lanzado al fuego; mientras que otros afirman que sus amigos lo robaron y lo sepultaron. 

sábado, 11 de junio de 2016

MEMORIAS DE ITALIA (XV-XVI)













XV

 Desde la ventana del hotel Nuovo Palazzo Di Giustizia   se ve la calle en calma con algunos transeúntes. Una luna que me parece extremadamente grande  la ilumina.
XVI

      Son las siete cuando partimos hacia Venecia con el frescor de la mañana. Atravesamos muchos túneles y divisamos las montañas de los Apeninos y sus bosques.  Por la región de Emilia Romaña el cielo se nubla,  la temperatura se siente más baja y la neblina cubre los tejados de las casas. Por aquí surgió en  la Edad Media una de las primeras universidades en Bolonia, donde nació y estudió Marcelo Malpighi, a quien los estudiantes de medicina se lo encuentran por todos lados por ser el padre de la Histología: su mayor contribución fue la observación de los capilares. Ejerció la Medicina siendo muy querido por sus pacientes. Se dice que era un hombre justo, apacible y de rica sensibilidad a quien  se le atribuye la frase: “Las leyes del universo, siempre están del lado del observador más sensible”.
Particularmente recuerdo a Malpighi por las clases  fisiología: en  el microscopio debíamos repetir sus experimentos  con ranas.
  Cuando uno viaja los ojos están en el paisaje  movible e impresionante por su belleza y colorido; mientras el pensamiento vuela hacia el recuerdo.  En mi caso particular el conocimiento se refresca y hay placer en constatar que se está cerca de donde una vez se hizo la historia médica. En Bolonia nació y estudió Giovanni Battista  Morgagni , quien relacionó en el siglo XVIII los síntomas clínicos con los resultados de la autopsia: Había inventado la Anatomía Patológica. Con su investigación morfológica sistemática y rigurosa, consolidó el método de estudio anátomo-patológico, echó por tierra la doctrina humoral al descubrir en los órganos el sitio de la enfermedad y, con el análisis clínico de cada caso de autopsia, sentó las bases del estudio de correlación clínico-morfológica.             Morgagni aprendió de su maestro Antonio María Valsalva, el de las maniobras ampliamente empleada en pacientes con ciertas enfermedades. Valsalva fue una gran anatomista y en sus autopsias no se detenía ante nada: podía probar los fluidos de un cadáver para tratar  de  determinar  su naturaleza. Una vez escribió: “El pus de la gangrena tiene mal sabor. Deja en la lengua un hormigueo desagradable durante la mayor parte del día".  Ese método recuerda a los médicos chinos e hindúes, quienes probaban la orina de los pacientes para diagnosticar la diabetes.

               En Bolonia también estudió  Lázaro Spallanzani, quien con sus experimentos derrotó  la teoría de la generación espontánea sostenida por el inglés Needham, y así le abrió el camino a Pasteur. Cuando estaba en el bachillerato en el liceo Juan Germán Roscio de San Juan de los Morros, los experimentos de ambos sacerdotes científicos fue motivo de emocionantes discusiones en los laboratorios de Biología entre tubos de ensayo, matraces, sapos, ratones y otros animales para experimentos.

jueves, 9 de junio de 2016

MEMORIAS DE ITALIA (XIV)


XIV
      Nos encontramos con Isabel, una anciana maestra mejicana del grupo de turistas. La acompaña su pequeño hijo, quien no pasa de los quince años y es muy inquieto y parlanchín. Nunca calla y se mete en todo. Isabel, con  una escoliocifosis  severa que descuadra  sus caderas, es de caminar lento y penoso. Antes de entrar en conversación nos dice disimuladamente, para que no la escuche el muchacho, que no es su madre biológica.  Aclaratoria que  hace para evitar comentarios imprudentes ante la notoria diferencia generacional. Seguramente le habrían preguntado por el nieto, cuando la realidad es que el chico  nunca ha puesto en duda  que anda con su madre. Ahorró toda la vida para llegar hasta Florencia. Se declara admiradora de los Médici y dice que el Renacimiento se le debe a Lorenzo. A usted como médico-continúa- le debe interesar el hecho de que los Médici deben  su apellido a que la primera profesión de sus ancestros era  la de  médicos. Fíjese en el escudo que he visto en algunas calles: tienen dibujados unos círculos, que en realidad son pastillas o como dicen ustedes tabletas a comprimidos, qué sé yo.








 Isabel se acomoda al cuello una pañoleta para agregar: mire, hablando de su carrera, le contaré  una  anécdota que una vez leí no recuerdo dónde: una vez   estaba cenando Lorenzo de Médici con sus amigos  y surgió una conversación sobre los oficios y profesiones en Florencia. Uno dijo que lo que más abundaba en la ciudad eran los artistas, pintores, escultores y artesanos. Otro que los tejedores de paño; y una dama dijo que los joyeros pasaban de cien. Gonella, el bufón, expresó que los doctores eran mayoría en Florencia. Lorenzo sonriendo dijo que sólo había tres doctores florentinos: dos que curaban a todos los habitantes, y Antonio Ambrosio, su propio médico; pero como Gonella insistía en su posición decidieron retarlo para que la demostrara. Gonella aceptó la apuesta y al día siguiente se amarró un pañuelo en la cara y al primero que le preguntó le dijo que tenía dolor de muelas. Inmediatamente le aconsejaron oler tres pelos  quemados de un gato negro, agarrado en el cruce de cuatro calles. Un monje le recomendó calentar vino tinto y beberlo mientras rezaba. Y así Gonella recibía recetas, las cuales anotaba, de músicos, poetas, sabios y campesinos.
 En la tarde el bufón regresó al palacio de Lorenzo, quien  al verlo indagó por la salud de sus dientes. Me duelen mucho, por favor, llame usted a Antonio Ambrosio. No es necesario, contestó Lorenzo: -Entiendo mejor de estas cosas que mi propio médico. Yo mismo te curaré:-  Aplícate compresas de  hojas de salvia hervidas y enjuágate la boca con agua de manzanilla. Además, puedes darte masaje en los carrillos con un saquito de arena caliente. En la noche Gonella tenía trescientos nombres de personas que se creían médicos y más de mil recetas. Había ganado la apuesta. Reímos y celebramos el relato de Isabel. Más tarde supe que lo contado por maestra es un relato de Ítalo Calvino.
 Yo recordé al médico Florentino Antonio Benivieni, quien al final del Medioevo hizo la primera autopsia, para buscar las causas de la muerte, en un paciente que no retenía alimentos en el estómago por tenerlo obstruido con un tumor.

miércoles, 8 de junio de 2016

MEMORIAS DE ITALIA (XII)








XIII
      Llegamos hasta la Catedral de Florencia Santa María del Fiore y contemplamos su cúpula a la cual se puede subir. Gran cantidad de gente adquiere boletos para llegar hasta arriba .Al acercarnos preguntamos si hay ascensor, pero la respuesta es negativa. La Cúpula de Brunelleschi nadie la alterado con aparatos eléctrico y se mantienen igual desde hace  la Edad Media. Natalia  renuncia a la empresa. Yo pido mi boleto y empiezo a subir por escaleras estrechas y zigzagueantes. Poco a poco se asciende, pero de tiempo en tiempo nos detenemos para descansar. Sin embargo, el descanso es brevísimo para no detener el flujo de turistas que se mueven y conversan en diferentes lenguas. Entonces piensas que estas escalinatas con paredes que te rozan casi por todas las partes no son aptas para  claustrofóbicos. Tienes personas adelante y atrás. Están tan cercas que sientes su respiración, sus jadeos. Alguien pregunta por la altura hasta la cúpula. Son cien metros, dicen. Lo mejor en no pensar porque el pensamiento es traidor. ¿Y si alguien se desmaya, cómo lo sacamos? ¿Y si el desmayado soy yo?
 Por fin diviso un piso más amplio como para el descanso. Reanudo la marcha y me incrimino: si hubiese sabido que son cien metros no me animo. Luego de muchos pasos y muchas ideas negativas, llegas a la conclusión de estar sometiéndote a una prueba que debes superar para reconfortarte y demostrar que puedes llegar hasta el final de la meta trazada. Este ascenso tortuoso es un ejercicio de cualquier meta. Lo importante es cumplir y sentir que te preparas para otros retos.
                Llego a la cima. Por amplios ventanales el aire bendice nuestro cuerpo y lo refresca;  y Florencia se observa toda, inmensa y bella con sus viviendas  y  edificios de techos rojos y paredes amarillas. Desde lo alto de  la ciudad te sientes Gulliver  en Liliput: las casas parecen diminutas, seguidas de espacios arbolados que llegan hasta las colinas bajo un  cielo azul oscuro con nubes grandes más claras.
 Al bajar siento un gran alivio y celebro junto a Natalia con una copa de vino Caparzo  que  amablemente nos recomiendan en un cafetín en cuyas paredes hay escudos y pinturas que aluden al Medioevo





martes, 7 de junio de 2016

MEMORIAS DE ITALIA (XII)

XII







             En Ponte Vecchio me acerco a un grupo de turistas. Hablan de Boccaccio y su Decamerón, cuyo inicio tiene que ver con la peste que azotó a Florencia en 1348, a partir de la cual se enlazan los cien relatos del libro. Las aguas del Arnes fueron testigos de la mortandad, dice uno. Citan a Boccacio: los médicos ordenaron limpiar la ciudad, prohibieron la entrada de gente proveniente de ciudades infectadas. Sin embargo, los enfermos morían, incluso a pesar de las oraciones. Cuando salían unas ampollas hinchadas  como huevos en la ingle o en la tetilla izquierda, se diagnosticaba el mal. Las manchas negras  en brazos y piernas significaban la muerte al tercer día de su aparición. Se creía que la dolencia se transmitía al hablar con el  enfermo, tocar su ropa o un objeto que hubiese estado en contacto con el desdichado. Unos cerdos rompieron la vestimenta de un enfermo y a las pocas horas murieron. El pestoso moría solo, sin ninguna ayuda, porque nadie quería visitarlo, lo que Boccaccio calificó de  proceder bastante inhumano y cruel: uno abandonaba a su propio hermano enfermo; la mujer a su esposo; y lo más increíble cuando el padre y la madre huían de los hijos afectados. Pocos hombres ofrecían cuidados al paciente por grandes cantidades de dinero para acompañarlos en su despedida final. Se vieron casos cuando enfermo y cuidador murieron juntos. Las mujeres contagiadas se sentían tan mal que perdían la vergüenza a la desnudez. La gente se desayunaba en sus casas y  cenaba en el  otro mundo. Los entierros se hacían con pocas oraciones para alejarse lo más rápido posible de la fosa.
 Algunos pensaron que estarían a salvo si comían y bebían poco y apartándose de los amigos. El sexo se prohibía; en cambio se recomendaba oír música. Pero había otras opiniones: el mal se evitaba  con vino abundante, manjares de todo tipo y mucho sexo. Alegrarse, reír y bailar también espantaba la peste, como consecuencia no se lloraba a los muertos y así se conservaba la salud. Para el mal olor proveniente de los cadáveres se ponían en la nariz  hierbas aromáticas y flores. Los hombres y mujeres   huían de Florencia a los campos aledaños…


     Nos alejamos del grupo. Preferimos respirar la fragancia renacentista de la ciudad acogedora,  hermosa y festiva, antes de seguir escuchando los relatos tristes que casi nos hacen percibir las emanaciones letales  que la impregnaron hace siglos de pena y desconsuelo.