ELVIRA MUGNO Y MIGUEL MALASPINA,FUNDADORES DE LA FAMILIA MALASPINA EN VENEZUELA.

ELVIRA MUGNO Y MIGUEL MALASPINA,FUNDADORES DE LA FAMILIA MALASPINA EN VENEZUELA.
ELVIRA MUGNO Y MIGUEL MALASPINA, FUNDADORES DE LA FAMILIA MALASPINA EN VENEZUELA.

sábado, 18 de febrero de 2017

MILÁN


XI
MILAN
          Mientras llueve y oscurece aprovechamos para descansar. Hago un recuento de las posibles visitas. Prioritario es ver La última Cena.
 Averiguaré si hay algún recuerdo de Paré.  Ambrosio Paré, padre de la Cirugía moderna, corrigió a su compatriota, Giovanni de Vigo, quien malinterpretaba a Hipócrates cuando afirmaba  que “lo que la medicina no cura, lo cura el hierro, y lo que no cura el hierro lo cura el fuego …”.
Por eso Giovanni de Vigo enseñaba que las heridas de bala debían ser tratadas con aceite hirviendo para evitar la infección, la cual en realidad prosperaba más, porque aumentaba y profundizaba la superficie dañada. En un principio, Paré recurrió a ese método; pero en la guerra de Milán al terminarse el aceite recurrió a una mezcla de yema de huevo con aceite de rosas con resultados positivos. Pero es probable que Paré nunca estuviera Milán, sino que curaba a los soldados, compatriotas franceses, en otro lugar fuera del campo de guerra.
En alguna iglesia de Milán está enterrado Girolamo Cardano, cuyo nombre se recuerda por ser el inventor de un componente mecánico: el cardán. Era médico, matemático y astrólogo. Aunque realizó una destacada actividad anticristiana, recibió cristiana sepultura en la ciudad del Edicto de Tolerancia de la religión que atacó: escribió el horóscopo de Jesús y un homenaje a Nerón. Fue acusado de herejía, encarcelado, liberado, y luego designado astrólogo de la corte papal. Muchas veces, ser enemigo comedido es mejor que ser amigo incondicional.

En Metro llegamos a la Plaza del Duomo. La catedral está abarrotada de gente que asiste a   una misa  por la muerte del arzobispo emérito de Milán Carlos María Martini. Hay música fúnebre y campanadas en  el Duomo con sus estatuas y  pináculos. Curas y monjas de negro se confunden con los feligreses.
Pasamos pórticos y columnas para llegar a la plaza Mercanti con sus acabados arquitectónicos  medievales. Un arco triunfal grande nos lleva hasta la Galería de Victor Manuel II .Paredes, pisos  y vitrinas deslumbrantes con sus decoraciones y pinturas  amalgaman una confusión maravillosa de arte y comercio. Lirios, cruces, lobas de Roma, toros de Turín son objetos para la veneración, el rito, las peticiones y la buena suerte.
Sin darnos cuenta llegamos a la Plaza a la Scala con su famoso teatro de gruesas columnas y afiches anunciando la nueva temporada de óperas y fábulas entre salas de terciopelo, palcos y lámparas brillantes  de cristal de Bohemia.
A unos pasos está la estatua de Leonardo, meditabundo y con una mano en gesto elocuente de haber encontrado la solución a algún problema. Una paloma sobre su cabeza se mueve hacia todos los lados para demostrarnos que no es parte del conjunto escultural.
Por la Vía Dante llegamos hasta la Plaza Castelo. Una estatua ecuestre de Garibaldi se alza imponente. Recordé una biografía del doctor Pirogov. El cirujano ruso fue consultado sobre una herida que recibió el militar italiano en una pierna. Los especialistas proponían la amputación; pero Pirogov sugirió otro tratamiento, gracias al cual nunca hemos oído hablar del “Mocho Garibaldi”.
Divisamos el Castillo Sforzesco con sus paredes gruesas y torres. En sus aposentos laboró el genio de Leonardo.
Estamos cerca del convento  dominico en la Iglesia de Santa María de las Gracias, donde está la obra pictórica de Leonardo más famosa: La última cena. Nos han informado que la entrada para ver el  cuadro es difícil pero podemos hacer el intento. Nos apresuramos por el bulevar en una tarde fresca que muestra sus primeras sombras. Una sensación rayana en el nerviosismo nos invade de sólo pensar que pronto estaremos frente ante una de las maravillas del arte universal. Un anuncio con el horario de visitas impacta con dureza sobre nuestros sueños: hoy precisamente la exposición está cerrada al público.
 Regresamos abatidos y en silencio. La gente conversa distraídamente en los cafetines al aire libre. Jóvenes alegres pasean en bicicleta. Unos buhoneros africanos empiezan a tender sus mercancías sobre las aceras, tal vez aprovechando la poca vigilancia policial nocturna. Ante unos rieles nos detenemos para esperar el paso de un tranvía.
 La frustración cede al consuelo de por lo menos haberlo intentado.






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