XI
MILAN
Mientras llueve y oscurece
aprovechamos para descansar. Hago un recuento de las posibles visitas.
Prioritario es ver La última Cena.
Averiguaré si hay algún recuerdo de Paré. Ambrosio Paré, padre de la Cirugía moderna,
corrigió a su compatriota, Giovanni de Vigo, quien malinterpretaba a Hipócrates
cuando afirmaba que “lo que la medicina
no cura, lo cura el hierro, y lo que no cura el hierro lo cura el fuego …”.
Por
eso Giovanni de Vigo enseñaba que las heridas de bala debían ser tratadas con
aceite hirviendo para evitar la infección, la cual en realidad prosperaba más,
porque aumentaba y profundizaba la superficie dañada. En un principio, Paré
recurrió a ese método; pero en la guerra de Milán al terminarse el aceite
recurrió a una mezcla de yema de huevo con aceite de rosas con resultados
positivos. Pero es probable que Paré nunca estuviera Milán, sino que curaba a
los soldados, compatriotas franceses, en otro lugar fuera del campo de guerra.
En
alguna iglesia de Milán está enterrado Girolamo Cardano, cuyo nombre se
recuerda por ser el inventor de un componente mecánico: el cardán. Era médico,
matemático y astrólogo. Aunque realizó una destacada actividad anticristiana,
recibió cristiana sepultura en la ciudad del Edicto de Tolerancia de la religión
que atacó: escribió el horóscopo de Jesús y un homenaje a Nerón. Fue acusado de
herejía, encarcelado, liberado, y luego designado astrólogo de la corte papal.
Muchas veces, ser enemigo comedido es mejor que ser amigo incondicional.
En
Metro llegamos a la Plaza del Duomo. La catedral está abarrotada de gente que
asiste a una misa por la muerte del arzobispo emérito de Milán
Carlos María Martini. Hay música fúnebre y campanadas en el Duomo con sus estatuas y pináculos. Curas y monjas de negro se
confunden con los feligreses.
Pasamos
pórticos y columnas para llegar a la plaza Mercanti con sus acabados
arquitectónicos medievales. Un arco
triunfal grande nos lleva hasta la Galería de Victor Manuel II .Paredes, pisos y vitrinas deslumbrantes con sus decoraciones
y pinturas amalgaman una confusión
maravillosa de arte y comercio. Lirios, cruces, lobas de Roma, toros de Turín
son objetos para la veneración, el rito, las peticiones y la buena suerte.
Sin
darnos cuenta llegamos a la Plaza a la Scala con su famoso teatro de gruesas
columnas y afiches anunciando la nueva temporada de óperas y fábulas entre
salas de terciopelo, palcos y lámparas brillantes de cristal de Bohemia.
A
unos pasos está la estatua de Leonardo, meditabundo y con una mano en gesto
elocuente de haber encontrado la solución a algún problema. Una paloma sobre su
cabeza se mueve hacia todos los lados para demostrarnos que no es parte del
conjunto escultural.
Por
la Vía Dante llegamos hasta la Plaza Castelo. Una estatua ecuestre de Garibaldi
se alza imponente. Recordé una biografía del doctor Pirogov. El cirujano ruso
fue consultado sobre una herida que recibió el militar italiano en una pierna.
Los especialistas proponían la amputación; pero Pirogov sugirió otro tratamiento,
gracias al cual nunca hemos oído hablar del “Mocho Garibaldi”.
Divisamos
el Castillo Sforzesco con sus paredes gruesas y torres. En sus aposentos laboró
el genio de Leonardo.
Estamos
cerca del convento dominico en la
Iglesia de Santa María de las Gracias, donde está la obra pictórica de Leonardo
más famosa: La última cena. Nos han informado que la entrada para ver el cuadro es difícil pero podemos hacer el
intento. Nos apresuramos por el bulevar en una tarde fresca que muestra sus
primeras sombras. Una sensación rayana en el nerviosismo nos invade de sólo
pensar que pronto estaremos frente ante una de las maravillas del arte
universal. Un anuncio con el horario de visitas impacta con dureza sobre
nuestros sueños: hoy precisamente la exposición está cerrada al público.
Regresamos abatidos y en silencio. La gente
conversa distraídamente en los cafetines al aire libre. Jóvenes alegres pasean
en bicicleta. Unos buhoneros africanos empiezan a tender sus mercancías sobre
las aceras, tal vez aprovechando la poca vigilancia policial nocturna. Ante
unos rieles nos detenemos para esperar el paso de un tranvía.
La frustración cede al consuelo de por lo
menos haberlo intentado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario