MEMORIAS DE ITALIA
I
De Mamavira, nuestra abuela salernitana,
conservo vagos recuerdos .La vi un par
de veces en Santa María de Ipire. Era muy blanca, tenía los ojos azules y hablaba
una mezcla de español con italiano.
En nuestra casa de Las Mercedes del Llano,
encontré un libro grueso de cocina italiana. No sé si estaba allí desde los
tiempos cuando vivió en ella Mamavira o lo trajo luego la tía Carolina al venir
a vivir con nosotros. Lo cierto es que yo sólo contemplaba en ese libro,
sin tapas y con sus hojas desencajadas,
unas patas de rana. Las miraba y pensaba con asco que alguien pudiera preparar
y comer semejante plato. En mis divagaciones infantiles, que no llegaban hasta
los más variados gustos gastronómicos de otros pueblos, concluí que el consumo
de anfibios por aquellas lejanas tierras de la abuela se debía a la escasez de
carne de res, la cual en nuestra casa sobraba, pues siendo Alfonso, nuestro
padre, carnicero, la teníamos en el desayuno, el almuerzo y en la cena. Más
tarde, cuando estudié fisiología, supe que la preferencia culinaria (por esos
batracios y sus ancas) de los italianos
permitió a Luis Galvani descubrir la naturaleza eléctrica del impulso nervioso.
Habló al principio de electricidad animal. Volta lo refutó, y estas discusiones
científicas permitieron la creación de
la pila eléctrica. Inventos, entre muchos otros en el campo de la medicina,
como la electrocardiografía están relacionados con el descubrimiento galvánico.
Y a propósito de comida y medicina, fue el
estudio de la digestión de los alimentos en las esponjas y en las estrellas de
mar lo que llevó al científico ruso Elias Mechnikov a descubrir la fagocitosis
cuando descansaba en el puerto siciliano de Mesina: introdujo una espina en el
cuerpo trasparente de una estrellamar y observó como la rodeaban células , de
manera igual como una astilla en un dedo de una persona que no ha tenido tiempo
de sacársela es rodeada de pus. Había nacido la teoría celular de la inmunidad,
complementada luego por la humoral de Paul Ehrlich. Para seguir esa línea en materia de
nutrición, Mechnikov , fue el primero el
estudiar el yogurt y sus propiedades y concluyó que su consumo es bueno
para frenar el proceso de envejecimiento, luego de lo cual todo el mundo
ingiere yogurt para mantenerse saludable.
II
Me
enteré de la existencia de Roma en la escuela
con la maestra Dalila, como cualquier estudiante venezolano de las
primeras décadas de la segunda mitad del siglo XX, cuando la Historia se
estudiaba apenas se aprendía a leer .En nuestra memoria quedaron para siempre
la loba, Rómulo y Remo, la Monarquía, La
República ,el Imperio, Julio César,
Marco Antonio, Cleopatra, y otro montón de nombres que vienen y se van; y hasta
la palabra “pírrico”, cuyo significado aprendí entonces.
III
Entramos
a Roma . Hay muchos semáforos y pocos ruidos de bocinas de los automóviles. A
un costado, el río Tíber. En el año 291 a.C , una epidemia azotó la ciudad. La
serpiente de Esculapio, dios de la medicina, la salvó. Desde entonces en la
Isla Tiberina se construyó un templo en su honor, un recinto sagrado para
recordar la curación milagrosa. Los enfermos acudían en peregrinación en busca
de la salud perdida. Hoy, en lugar del templo hay un hospital administrado por El Vaticano.
Paganismo y cristianismo juntos.
Ya estamos en el hotel Aran Park. Está un poco
retirado del centro de la ciudad. En los corredores y en el cuarto hay muchas
pinturas en claroscuro, sepia o gris , que ilustran la historia de Roma. Servio Tulio, Publio
Cornelio ,Tiberio Graco, Virgilio, Augusto, el Coliseo, una Guerra Púnica, y
muchos otros personajes, acontecimientos y ruinas de edificios están en marcos de madera teñidos con un
barniz plateado de falsa venerable
antigüedad.
Hacemos un recorrido por la ciudad.
Construcciones modernas se alternan con las propias del pasado glorioso romano.
El Panteón con la tumba de Rafael , el Mausoleo
de Adriano, ahora Castillo de Sant Ángelo, otrora fortaleza de papas y
cuyo nombre recuerda la peste que el 590 azotó a Roma. El papa Gregorio I vio
al Arcángel de San Miguel con su espada sobre el castillo, señal de que la
epidemia había sido vencida.
En la Fontana de Trevi no cabe un alma más.
Todos quieren lanzar una moneda hacia donde
están las estatuas de Neptuno , la Abundancia, la Fertilidad y la
Salubridad(Salus: hija de Esculapio. Es la misma Higea de los griegos).Hay que
hacerlo de espaldas y con la mano derecha por sobre el hombro izquierdo. El
lanzamiento de una moneda asegura el regreso a Roma; dos, un nuevo romance; y
tres, matrimonio o divorcio. En plena revolución técnico-científica el hombre
sigue profesando el pensamiento mágico que nos legó la prehistoria.
Regresamos.
Es casi medianoche y la gente pasea bajo una luna grande. Recorremos la Vía Ostiense por el sitio donde
supuestamente fue decapitado San Pablo.
Según la leyenda la abadía Tre Fontana recuerda que su cabeza rebotó tres veces
y originó tres fuentes.
En el hotel
Natalia y yo celebramos con vino y trufas.
IV
En la madrugada observo desde el balcón el
jardín que rodea el hotel. Hay un silencio absoluto, extraño y misterioso. Es
la misma ciudad, cuya historia no se puede conocer sin asociarla a hechos
ruidosos, sangrientos, tumultuosos. Enfrentamientos bélicos, conquistas,
intrigas palaciegas, pugnas familiares impúdicas e inmorales por el poder,
vesania con sangre real, patricios, plebeyos ,los senadores clavando sus
puñales sobre el cuerpo de César ,la algarabía de la turba enardecida en el circo…Todo
cruza mi mente en una mezcla de cine y lecturas en la vigilia del parque
inmóvil.
A
las seis de la mañana los pájaros cantan, pero no veo ninguno. Salgo. El rocío
se siente en los zapatos ; aquí, el crujir de mis pasos; más allá, un rumor de aguas . Un cuervo grazna sobre un
pino. El manto de los olivos cubre el camino de rosas blancas. Unas tupidas
enredaderas son las fronteras del hotel.
Saludo
al vigilante. Se llama Alfonso . Alimenta a unos gatos que están a su alrededor
con aspecto callejero, mientras comenta que la ley los protege.
-Los
animales merecen respeto, dice, y agrega: Roma es una ciudad tranquila. Está
urbanización se llama Fuente Maravillosa. Aquí viven los ricos. Estamos cerca
de la Vía Apia…
La Vía Apia es la construcción que simboliza
la grandeza romana en materia de caminos. Sirvió a los romanos no sólo para triunfar en encuentros bélicos
importantes, sino también para derrotar a los pantanos palúdicos , expresión
redundante porque paludismo en latín evoca a los pantanos ( cuyo otro nombre en
italiano es malaria: mal aire , ) que antiguamente cubrían el sendero. Ambos
términos, como se nota, surgen entre los romanos y relacionan la etiología de
la afección con algunas emanaciones perniciosas. No eran tiempos de pensar en
mosquitos.
Las laderas de la Vía Apia se convirtieron
en la última morada de los esclavos
derrotados que acompañaron a Espartaco. Fueron crucificados.
V
Hoy recorrimos las calles de Roma; tal vez
tuvimos un orden en nuestro paseo, pero en mis recuerdos reina el caos. Las termas de Caracalla no
sólo era un espacio para la diversión, sino también una fuente para mantener la
salud, cuya triada en el mundo grecorromano la conformaban la higiene, las
dietas y el ejercicio físico. Los baños calientes y fríos tomados en las termas
de Caracalla eran un mecanismo para fortalecer las defensas del organismo al
aumentar su capacidad de adaptación. El Circo Máximo , construido en el lugar
donde fueron raptadas las sabinas, recuerda las carreras de carros, pero también
la forma primitiva de conformar una familia, la guerra entre romanos y sabinos y su reconciliación,
hechos que simbolizan la paz como destino final de odio entre los pueblos.
El Palatino , legendaria morada de Remo(754
a.C), luego residencia de Augusto y de los reyes que le sucedieron. Augusto se
hizo amigo de los médicos después que Antonio Musa trató exitosamente sus padecimientos de
reumatismo(10 d.C). Como Musa además de médico era botánico, Carlos Linneo usó
su apellido para denominar a la familia de vegetales parecidos al plátano (Musa
Paradisíaca).
El
Foro, el templo de Hércules y la Fortuna son apenas fugaces visiones llenas de
historia. La Colina del Capitolio, en cuyos terrenos se encuentra la Roca
Tarpeya, alegoría del fin de los traidores: la romana Tarpeya colaboró con los
sabinos en contra de su gente, siendo despreciada por ambos pueblos en pugna y
arrojada desde la roca que lleva triste y vergonzantemente su nombre. El teatro
de Marcelo, construido en honor de Marco
Claudio Marcelo, sobrino de Augusto, quien murió (23 a.C) con sólo 19
años de edad de una enfermedad sospechosamente parecida a un envenenamiento.
Cruzamos la Vía del Corso y llegamos a la Plaza Venecia que alberga las ruinas
del Ateneo de Adriano, quien en el 118 d. C liberó a los médicos del servicio
militar. La Columna de Trajano, la Basílica
de San Juan de Letrán, la primer iglesia del cristianismo,los restos de
la Basílica de Constantino. La leyenda afirma que enfermó de lepra y el
paganismo aconsejaba bañarse en la sangre de tres mil niños, cuyas madres
pidieron clemencia. San Silvestre se le apareció en un sueño y lo curó, motivo
por el cual se convirtió al cristianismo.
Las murallas aurelianas para defender la ciudad de los bárbaros. La tumba-pirámide de Cayo Cestio, quien la mandó
a construir en tiempos de la egiptomanía que envolvió a Roma tras los
escándalos de Cleopatra.
En El Vaticano, desde la Plaza de San Pedro,
nos señalan las ventanas papales. Están cerradas, y eso significa la ausencia
del Sumo Pontífice.
En La Capilla Sixtina la gente recorre su pequeño recinto y habla en todos los idiomas. Cuando el
volumen de las conversaciones aumenta
tanto que no se escucha nada, entonces uno de los vigilantes de la Gendarmería Vaticana con su elegante
vestimenta religioso-policial, pide silencio con un fuerte grito en inglés: sailen plis. Natalia y yo nos
sorprendemos y no podemos evitar una sonrisa por no soltar una irrespetuosa
carcajada.
Una señora está sentada y cambia el pañal
del hijo que carga en sus brazos.
Disimuladamente coloca los desechos debajo del banquillo. Lo divino y lo
profano juntos; la beatería y la hipocresía dándose la mano en la más famosa y
sagrada de las capillas del cristianismo, casi frente a Dios y totalmente en
presencia de las magníficas obras
pictóricas de los semidioses Miguel
Ángel, Rafael y Botticelli.
Entramos
a la Basílica de San Pedro donde está
enterrado el fundador de la Iglesia y primer papa. Su tumba y la de Juan Pablo II son las más admiradas. Eso
me parece.
En
el Coliseo o Anfiteatro de Flavio, espacio para el ocio del pueblo romano,
recorremos los pasillos entre grandes
bloques de piedra. En una de esas paredes, en su parte más alta, está dibujado
un gran pene sobre un arco o fornix. Durante los espectáculos las prostitutas
recibían a sus clientes bajo esas bóvedas ; y de fornix, fornicar.
Observamos las ruinas del Coliseo: el suelo de
madera, el cual se cubría de arena para los combates, está cortado
especialmente para dejar ver el subsuelo, donde se alojaban las fieras. La
escuela de gladiadores, llamada Ludus Magnus, estaba unida al Coliseo por un
pasaje subterráneo, a través del cual se
trasladaban los combatientes hasta la arena. Me imagino a Galeno, en el siglo
II, socorriendo a los gladiadores heridos. A pesar de que Galeno hizo sus descubrimientos anatómicos y
fisiológicos en animales es muy probable
que haya comprobado sus experimentos estudiando las heridas graves de sus
pacientes luchadores.
El Anfiteatro de Flavio se popularizó con el
nombre de Coliseo porque muy cerca estaba una estatua gigantesca o colosal de
Nerón, el emperador que temía ser envenenado y por eso agregó a la poción de
Mitrídates carne de víbora porque las
mismas no mueren con su propio veneno,
suponía. Mitridatismo o resistencia a
los venenos es un término proveniente de Mitrídates IV, rey del Ponto (120-63
a.C), enemigo de Roma. Tomaba mezcla de venenos en pequeñas cantidades
diariamente para obtener inmunidad y no pudieran envenenarlo. Cuando fue
vencido no pudo suicidarse con veneno, método usual para evitar la humillación
de la derrota. Se clavó una espada.
Llegamos hasta la iglesia de San Pedro
encadenado construida en el 442 .Alberga las cadenas que llevó San Pedro por
nueve meses antes de ser crucificado con la cabeza abajo, por deseo propio al
considerarse indigno de morir como Jesús, en el año 67. Aquí está también el
mausoleo de Julio II, el Papa guerrero,
constructor de la Basílica de San Pedro ; y el Moisés de Miguel Ángel.
Nuestra
última visita por hoy es a la Basílica de Santa María la Mayor, un verdadero
compendio de historia, construida por Sixto III para rendir homenaje a la
Virgen María como Madre de Dios. Nestorio, Patriarca de Constantinopla (428)
decía que María era la madre de Jesús, pero no de Dios. Esa afirmación
escandalosa fue considerada una herejía por el Concilio de Éfeso en el 431.
Nestorio fue expulsado de la iglesia y María fue declarada Madre de Jesús y de Dios también. Para ratificar esa doctrina
mariana se construyó la Basílica. Este conflicto religioso se reflejó en la
historia de la medicina: Nestorio y sus seguidores expulsados fueron
perseguidos y por eso emigraron a Persia y Mesopotamia, allí trabajaron en labores sanitarias y enseñaron
la medicina griega. Tradujeron a árabe a Hipócrates, Galeno, Dioscórides (padre
de la farmacología), Oribasio y Pablo de Egina, destacados médicos de Bizancio.
En
esta Basílica hizo su primera Misa San Ignacio de Loyola en 1538; se encuentran los restos del pesebre donde
nació Jesús, según la leyenda; las tumbas de varios papas y la de Paulina
Bonaparte, quien estando en su lecho de muerte en 1825 se vistió con su mejor
traje y pidió ser enterrada entre Sumos Pontífices. No quería ser menos que su
hermano, parece ser.
VI
Son
las cuatro de la madrugada silenciosa y fresca a pesar de que los árboles no se
mueven. Nos dirigimos a Pompeya. Las carreteras bien asfaltadas tienen cada
cierta distancia una pantalla para el control de la velocidad. Entre Los Montes
Apeninos se ven unos nubarrones, pero a
las seis y media aparece un sol radiante.
A la derecha una señalización: Salerno. En esta ciudad surgió en la Edad Media la primera Escuela de
Medicina, fundada, según la leyenda por cuatro médicos uno judío, uno griego,
uno árabe y uno cristiano. Ese origen representa en forma poética la influencia
de varias culturas en la conformación de la escuela. En el 1221 Federico II
reglamentó el ejercicio de la medicina. La carrera duraba cinco años con uno
más de práctica tutelada. Antes era necesario cursar Lógica por tres años.
Otros requisitos exigidos eran ser hijo legítimo y tener una edad mínima de 21
años. Al final se hacía un examen público y en la juramentación los nuevos
médicos recibían el título de Doctor, un anillo, un libro y un beso de paz.
Atravesamos
viñedos extensos. Probamos Lágrima de Cristo, un vino de Campania . La leyenda
dice que Satanás robó en el Paraíso las
tierras donde son cultivadas las uvas para este vino, las cuales fueron
bendecidas por las lágrimas del propio Cristo.
En 1370 en Tarento apareció una enfermedad
producto de la mordida de una araña. El nuevo mal fue bautizado como
tarantulismo y a la araña se le llamó tarántula. La enfermedad se extendió por
estas tierras que recorremos ahora y consistía en dolores y convulsiones que
sólo se aliviaban con música y baile para supuestamente sudar el veneno.
Enfermaron tantas personas que el mal se convirtió en una epidemia catalogada
de psicosis colectiva, y de la cual solo queda el baile de la tarantela.
Ya
el Vesubio imponente nos acompaña. Plinio el viejo (23-79), quien era asmático
y probablemente sufría de gastritis o de reflujo gastroesofágico, murió cuando
quiso investigar la erupción de muy cerca. Su sobrino, Plinio el joven (61-113)
dice que al encontrarlo parecía una persona dormida y no un cadáver. No tenía
heridas. En su carta sobre la erupción Plinio explica que “…Se desplomó,
supongo yo, al quedar obstruida la respiración por la mayor densidad del humo y
al cerrársele el esófago, que por naturaleza tenía débil y estrecho y
frecuentemente padecía de ardores”.
El día es muy claro y el sol quema. Las calles
de Pompeya son de piedras que aún conservan las huellas de las ruedas de los carros que circulaban y
sobre las cuales hay restos de rocas volcánicas y piñas de pinos mediterráneos.
Cerca de una farmacia está el lupanar con sus camas pequeñas y duras. El
prostíbulo sagrado de la entrada de la ciudad para los visitantes, los
lupanares ( llamados así los esclavos aullaban
como lobos para indicar su ubicación exacta; una prueba de que valoraban
altamente la propaganda comercial), los penes
erectos esculpidos en los suelos, puertas y paredes, indican la
importancia que tenía el sexo para aquellos habitantes. Pero hay más: Príapo,
dios de la fertilidad y cuyo nombre designa a la enfermedad priapismo, con su enorme falo era usada contra el mal de
ojo. La línea entre el erotismo y la pornografía es imperceptible, desde
nuestra perspectiva.
Natalia
afirma que a pesar de un aparente desarrollo socio cultural de la ciudad,
reflejado en las pinturas y en los teatros, la gente no se había alejado
totalmente del mundo salvaje: practicaban el sexo desaforadamente a juzgar por
la excesiva propaganda fálica; además,
no tenían mesas. Sí, es cierto. Probablemente no usaban las mesas tal como las conocemos actualmente .Sin
embargo, era la época de los triclinios o tres divanes alrededor de una mesa
muy baja para comer y beber casi acostado, y
disfrutar de la dolce vita y del ocio. A propósito, triclinio proviene
de kline (cama) y de allí clínica, la palabra más usada en medicina.
En
la casa de Menandro me llama la atención la biblioteca: un nicho en la pared
para colocar pergaminos y documentos. Hay una pintura con la historia del caballo
de Troya de la Ilíada, en la cual se habla de Asclepio como un guerrero que
luego se convirtió en el dios de la medicina.
En
los cuerpos humanos petrificados por la acción del Vesubio se han encontrado
signos de artritis reumatoide.
En Pompeya la medicina estaba muy desarrollada
y era altamente apreciada, según se desprenden de los hallazgos arqueológicos:
pinturas con los dioses griegos de la medicina: Apolo, el centauro Quirón y
Asclepio ; instrumentos quirúrgicos de
hierro y bronce encontrados en la Casa del Cirujano; el fresco con el médico
Iapix arrancando una flecha de la pierna de Eneas, héroe de Troya.
El agua
llegaba a las casas de Pompeya a través de tuberías de plomo, en tiempos cuando
se desconocía el saturnismo o envenenamiento por ese metal.
VII
gViajamos hacia Nápoles siempre teniendo como
acompañante al Vesubio. Atravesamos los
campos Flégreos con numerosas fuentes de aguas
termales que los romanos emplearon para tratar sus dolencias. Nápoles en
la mitología griega se relaciona con
Parténope , una de las sirenas cantoras. Su voz melodiosa atraía a los
pasajeros y los hipnotizaba hasta el punto de olvidarse de comer y beber. Este
encantamiento mitológico no es más que una manifestación del poder de la música
sobre la mente y el espíritu o musicoterapia.
En la ciudad pasamos por el Castillo Maschio Angioino (Torreón de los
Anjou), o Castel Nuovo. Aquí Boccaccio escribió el Decamerón, el cual se
relaciona con la epidemia de peste que azotó la región.
El
Teatro San Carlo (1737) es el teatro de
ópera más antiguo del mundo. Aquí trabajó Rossini, cuya obra El Barbero de
Sevilla refleja el escepticismo hacia la medicina, en una época cuando los
barberos también eran cirujanos.
La
sangre de San Genaro, patrón de Napoles, se licúa todos los 19 de septiembre,
día de su muerte en la catedral de Santa Clara. La iglesia lo considera un
milagro; los médicos creemos que el fenómeno es incompatible con el proceso de coagulación de la sangre;
mientras que los químicos hablan de su posibilidad si se acepta que la sangre
del santo es un líquido no-newtoniano, es decir, cuya viscosidad varía con la
temperatura. Pero la fe anticoagulante
de los napolitanos se extiende
también hasta Santa Patricia, cuyo
diente conservado en la iglesia de San Gregorio Armeno, emana sangre de tiempo
en tiempo.
En la capilla de Sansevero o Templo de la Piedad,
del siglo XVIII, se encuentran las
máquinas anatómicas del príncipe
Raimondo di Sangro (1710-1771). Raimondo fue un científico alquimista que hizo
inventos de todo tipo: armas, pinturas, imprentas. Realizó experimentos para
resucitar muertos y practicó la anatomía. Sus máquinas son dos modelos anatómicos, con cadáveres de
ambos sexos, que representan el sistema circulatorio y contienen algunos
órganos.
VIII
Mis primeras noticias sobre Capri las tuve a
través de algunos médicos famosos
.Inicialmente supe de la isla cuando leí “Sensaciones de viaje”, del galeno
y escritor modernista Manuel Díaz Rodríguez. Luego encontré “Tiberio, historia
de un resentimiento”, de Gregorio Marañón. Más tarde, con Axel Munthe, quien se convirtió en 1880,
a los 23 años, en el Doctor en Medicina más joven de Europa, obtuve otras
referencias. Pero antes, con Suetonio, citado en los estudios sobre la
evolución darwiniana en bachillerato, también oí hablar de la isla por sus
descubrimientos de fósiles muy antiguos.
Llegamos al puerto de Marina Grande. Díaz
Rodríguez subió en mula hasta la ciudad. Nosotros usamos el funicular y los carros
pintorescos, únicos y peculiares de la isla.
El regocijo y disfrute espiritual se inicia
con la travesía marítima. El barco recorre
parajes, mientras se acerca a los farallones, arcos naturales y grutas.
El azul del cielo soleado y claro, la brisa y las gaviotas son parte del
magnífico paisaje. En lo alto se divisa la villa de Tiberio, quien dirigió el
imperio desde ese refugio. Hay muchas versiones para explicar la elección del
emperador. La más probable es que era un hombre hipocondríaco y huía de la
multitud. Los defensores de la teoría humoral creían que el hipocondrio emanaba
vapores que provocaban la enfermedad.
Marañón
cita a Plinio, Suetonio y Tácito. Estos historiadores lo describen con úlceras
y tumores en el rostro que ocultaba con emplastos. De allí su resentimiento y
su temor al público. El médico español cree que Tiberio padecía de sífilis, sin
descartar la lepra. Sus llagas eran curadas
por médicos egipcios con cauterizaciones que lo producían ulceras más
profundas. Era el método curativo de la época recogido por Hipócrates en una de
sus sentencias: “ Lo que la medicina no cura, lo cura el hierro (la cirugía), y
lo que no cura el hierro, lo cura el fuego…”
Tiberio se refugió en Capri, según Marañón,
por su tendencia enfermiza a la soledad. “El hombre del continente que se
encierra en la isla lo hace porque, precisamente, su alma necesita del pequeño
cosmos limitado; como ciertos pájaros prefieren
el universo dorado de su jaula al vasto mundo, lleno de esfuerzos y
peligros”.
A
Tiberio le gustaba hacer las veces de médico, pero odiaba a estos
profesionales. En las guerras atendía personalmente a los soldados heridos y se
preocupaba por sus medicamentos, comida y baño. No obstante, desde muy joven
decidió prescindir de los facultativos. Simplemente los odiaba. En su última
enfermedad sintió dolor en un costado, fiebre y escalofrío. Tenía una pulmonía,
casi seguro. Murió poco después de
negarse a que el médico Charicles le tomara el pulso.
IX
Subimos
por callejuelas hasta un pequeño restaurant para almorzar. Estamos al aire
libre rodeados de plantas. Todo es colorido, fresco y luminoso. Cerca, un patio
con una fuente. Los compañeros de viaje le obsequian a Natalia un ramo de
flores y una torta con motivo de su cumpleaños. Hacemos un brindis en medio de
expresiones alegres.
No
muy lejos del restaurant nos invitan a una degustación de un licor,
especialidad de la isla: el limonchelo. La bodega se llama La Magia del limón.
En vasitos probamos diferentes sabores frutales de varios colores pero siempre sobre la base del limón. En los
estantes hay botellas de todos los tamaños y de todas las formas posibles, como
para todos los gustos.
Por
un sendero estrecho y largo subimos hasta los Jardines de Augusto. A los
costados se encuentran muchas villas hermosas cubiertas de ramas floridas. Hay
también tiendas de dulces y refrescos, cuyas fachadas se adornan con limones
gigantes amarillos que cuelgan por todos
los ventanales de atención al público.
Desde los Jardines de Augusto, con sus
pinos y palmeras, nos arropa la brisa mediterránea. Sentados en este balcón natural contemplamos el atardecer sobre los farallones con el arrobamiento
conmovedor del espíritu que sólo puede producir lo romántico asociado al
vértigo.
Bajamos
lentamente para ver cada casa con sus muebles, pinturas y rosaledas. En un alto
observo un mosaico con el rostro de Máximo Gorki, el creador del socialismo
real en la literatura. Aquí vivió su exilio dorado y se curaba de la
tuberculosis. Aquí escribió Relatos de Italia, una recopilación de cuentos que
leí cuando era estudiante de medicina en Moscú.
Pero a mi esposa Natalia no le cae bien Gorki.
Dice que su exilio cuando Stalin gobernaba en la Unión Soviética sólo tiene una
explicación: ignorar los horrores del estalinismo. Regresaba a Moscú y recibía
honores del sátrapa. La gente le planteaba lo terrible de vivir bajo la mano
del dictador con la esperanza de que con su autoridad y prestigio lo divulgara
al mundo. Gorki sonreía, callaba y regresaba a su exilio pagado por el Coba.
De
vuelta en el barco descorcho una botella de vino para brindar por mi esposa.
Pepe, el amable guía napolitano, se inclina hacia Natalia y entona, en voz baja
y melodiosa, un canto italiano de
cumpleaños.
X
A
través de la región de Umbría nos dirigimos a Toscana. El clima es fresco.
Pasamos castillos, campos roturados,
pinos y huertos de girasoles. A los
lejos se ven trenes rápidos.
En Florencia avistamos la Basílica de Santa
Cruz, donde están enterrados Maquiavelo, Galileo y Miguel Ángel. Aquí, en 1817,
Stendhal se sintió enfermo: “Había
llegado a ese punto de emoción en que se encuentran las sensaciones celestes
dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de Santa
Cruz me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a
caerme”. Lo descrito por el escritor francés se denomina Síndrome de Stendhal,
consecuencia de los efectos producidos por la maravillosa y abrumadora belleza
de las obras de arte. Los síntomas consisten en palpitaciones, vértigo,
confusión, temblor, depresión y alucinaciones. La psiquiatra Graziella Magherini comprobó y documentó
estadísticamente en 1979 la vigencia de síndrome, el cual es particularmente
endémico de esta ciudad.
FFCaminamos
bajo la lluvia. Al mismo tiempo que empieza a llover saltan montones de
vendedores de paraguas. Llegamos hasta la Plaza de la Señoría y nos ubicamos en
la parte techada entre mucha gente y estatuas. Una pareja contrae matrimonio y
junto a sus alegres acompañantes espera con nosotros el cese de la lluvia.
Aquí
funcionó la Hoguera de las Vanidades, donde Girolamo Savanarola quemaba todo lo
que parecía un lujo, incluyendo libros como los de Boccaccio. Savanarola, quien
empezó a estudiar medicina, que luego
abandonó por la teología, predijo guerras y epidemias de sífilis y se enfrentó al poder político y eclesiástico.
Sus luchas terminaron en esta plaza, colgado y lanzado a las brasas en 1498.
Mientras
llueve contemplamos las esculturas de la plaza. El Perseo con la cabeza de la
medusa Gorgona de Benvenuto Cellini nos recuerda que Asclepio, dios de la
medicina, uso la sangre emanada por la decapitación para resucitar a los
muertos, lo que podemos entender ahora como una forma mitológica de transfusión
de sangre o de reanimación. El Más Allá podía quedar despoblado por eso Zeus
decidió matar a Asclepio con un rayo.
Esta es la manera mitológica de decir
que los médicos luchamos contra la muerte y posponemos su llegada. Pero al
final ella nos gana la partida.
Dos
obras expuestas en esta plaza sirven para establecer diferencias claras desde
la perspectiva de la anatomía. Por un lado, la copia del David de Miguel Ángel (1500); y por
otro, el Hércules de Bandinello. El segundo envidiaba al primero, y para
superarlo quería esculpir algo grandioso, gigante. Su Hércules (1533) tiene,
tal vez, mil músculos; ignorando que el cuerpo humano tiene sólo seiscientos
cincuenta. Cellini dijo que parecía un
saco de melones. En efecto, Bandinelli no había estudiado la anatomía como
Miguel ángel lo que no le permitía alcanzar la perfección a la hora de esculpir
un cuerpo humano. Miguel Ángel estudió anatomía 20 años en el
convento del Santo Espíritu de Florencia.
XI
Escampa y hace un poco de sol. Para
recorrer la ciudad cada uno se va por su
lado de acuerdo a sus gustos e intereses
artísticos y acordamos encontrarnos en
la Puerta del Paraíso, la obra magistral de Lorenzo Ghiberti construida en 1452 con escenas del
Viejo Testamento en la Catedral de Florencia.
Llego hasta la Galería de la Academia .Hay una
larga cola. Titubeo y me pregunto si hacer un recorrido por el casco
histórico en unas carretas tiradas por
caballos y disfrutar de una panorámica
general de la ciudad o seguir esperando
para ver el David original; pero al final decido quedarme. Llueve nuevamente de
manera intermitente. Un poco de lluvia se alterna con un poco de sol. Estoy
empapado a pesar del paraguas que me vendieron unos africanos. Exactamente
estuve una hora para entrar.
Dentro del museo hay muchas obras de Miguel
Ángel, pero la gente se agolpa alrededor del David, perfecto e intocable. El
rito consiste en esperar su turno para admirarlo y luego sentarse y seguir
contemplándolo de lejos. La larga espera
se recompensa con unos minutos de meditación frente a la escultura
magistral. Me parece que todos oran en silencio como frente a un altar y ruegan
por las cosas bellas de la vida. El David de Miguel Ángel, según se ha dicho
desde el Renacimiento, se prepara para su combate decisivo contra Goliat ; y
cada uno de los amantes del arte que lo observa de tan cerca con arrobo casi
religioso pide fuerzas para continuar la lucha que implica el sólo hecho de existir.
Salgo con la satisfacción de haber visto el original del David y no
haberme conformado con la copia en la Plaza de la Señoría. Por una callejuela sigo sin un rumbo
determinado. Un anciano de barba blanca, como salido de una de esas pinturas
del siglo XIX, está sentado en una
acera. Fuma pipa y toca el acordeón. Al verme entona música de mariachis. Se
llama Marcelo, es napolitano y fue marinero en sus mejores tiempos. Me siento
junto a él y le pido una canción de su pueblo,
y con gusto la saca en su instrumento que parece pieza de museo.
Con alegría y tristeza recuerdo al abuelo Michel Malaspina, quien según José
Antonio de Armas Chitty cantaba melodías napolitanas en sus momentos de
nostalgia en Santa María de Ipire.
Un grupo de personas está alrededor de un
Cupido de carne y hueso, pero empieza nuevamente la lluvia y ahora con gran
intensidad. A Cupido se le chorrea la pintura que lo transformaba en
escultura y no le queda más remedio que
correr hasta un pasillo techado. Natalia
y yo entramos a un bodegón y con ensalada mediterránea brindamos con vino
toscano mientras mejora el tiempo.
XII
En Ponte Vecchio me acerco a un
grupo de turistas. Hablan de Boccaccio y su Decamerón, cuyo inicio tiene que
ver con la peste que azotó a Florencia en 1348, a partir de la cual se enlazan
los cien relatos del libro. Las aguas del Arnes fueron testigos de la
mortandad, dice uno. Citan a Boccacio: los médicos ordenaron limpiar la ciudad,
prohibieron la entrada de gente proveniente de ciudades infectadas. Sin
embargo, los enfermos morían, incluso a pesar de las oraciones. Cuando salían
unas ampollas hinchadas como huevos en
la ingle o en la tetilla izquierda, se diagnosticaba el mal. Las manchas negras en brazos y piernas significaban la muerte al
tercer día de su aparición. Se creía que la dolencia se transmitía al hablar
con el enfermo, tocar su ropa o un
objeto que hubiese estado en contacto con el desdichado. Unos cerdos rompieron
la vestimenta de un enfermo y a las pocas horas murieron. El pestoso moría
solo, sin ninguna ayuda, porque nadie quería visitarlo, lo que Boccaccio
calificó de proceder bastante inhumano y
cruel: uno abandonaba a su propio hermano enfermo; la mujer a su esposo; y lo
más increíble cuando el padre y la madre huían de los hijos afectados. Pocos
hombres ofrecían cuidados al paciente por grandes cantidades de dinero para
acompañarlos en su despedida final. Se vieron casos cuando enfermo y cuidador
murieron juntos. Las mujeres contagiadas se sentían tan mal que perdían la
vergüenza a la desnudez. La gente se desayunaba en sus casas y cenaba en el
otro mundo. Los entierros se hacían con pocas oraciones para alejarse lo
más rápido posible de la fosa.
Algunos pensaron que estarían a salvo si
comían y bebían poco y apartándose de los amigos. El sexo se prohibía; en
cambio se recomendaba oír música. Pero había otras opiniones: el mal se
evitaba con vino abundante, manjares de
todo tipo y mucho sexo. Alegrarse, reír y bailar también espantaba la peste,
como consecuencia no se lloraba a los muertos y así se conservaba la salud.
Para el mal olor proveniente de los cadáveres se ponían en la nariz hierbas aromáticas y flores. Los hombres y
mujeres huían de Florencia a los campos
aledaños…
Nos alejamos del grupo. Preferimos
respirar la fragancia renacentista de la ciudad acogedora, hermosa y festiva, antes de seguir escuchando
los relatos tristes que casi nos hacen percibir las emanaciones letales que la impregnaron hace siglos de pena y
desconsuelo.
XIII
Llegamos hasta la Catedral de Florencia
Santa María del Fiore y contemplamos su cúpula a la cual se puede subir. Gran
cantidad de gente adquiere boletos para llegar hasta arriba .Al acercarnos
preguntamos si hay ascensor, pero la respuesta es negativa. La Cúpula de
Brunelleschi nadie la alterado con aparatos eléctrico y se mantienen igual
desde hace la Edad Media. Natalia renuncia a la empresa. Yo pido mi boleto y
empiezo a subir por escaleras estrechas y zigzagueantes. Poco a poco se
asciende, pero de tiempo en tiempo nos detenemos para descansar. Sin embargo,
el descanso es brevísimo para no detener el flujo de turistas que se mueven y
conversan en diferentes lenguas. Entonces piensas que estas escalinatas con
paredes que te rozan casi por todas las partes no son aptas para claustrofóbicos. Tienes personas adelante y
atrás. Están tan cercas que sientes su respiración, sus jadeos. Alguien
pregunta por la altura hasta la cúpula. Son cien metros, dicen. Lo mejor en no
pensar porque el pensamiento es traidor. ¿Y si alguien se desmaya, cómo lo
sacamos? ¿Y si el desmayado soy yo?
Por fin diviso un piso más amplio como para el
descanso. Reanudo la marcha y me incrimino: si hubiese sabido que son cien
metros no me animo. Luego de muchos pasos y muchas ideas negativas, llegas a la
conclusión de estar sometiéndote a una prueba que debes superar para
reconfortarte y demostrar que puedes llegar hasta el final de la meta trazada.
Este ascenso tortuoso es un ejercicio de cualquier meta. Lo importante es
cumplir y sentir que te preparas para otros retos.
Llego a la cima. Por amplios
ventanales el aire bendice nuestro cuerpo y lo refresca; y Florencia se observa toda, inmensa y bella
con sus viviendas y edificios de techos rojos y paredes
amarillas. Desde lo alto de la ciudad te
sientes Gulliver en Liliput: las casas
parecen diminutas, seguidas de espacios arbolados que llegan hasta las colinas
bajo un cielo azul oscuro con nubes
grandes más claras.
Al bajar siento un gran alivio y celebro junto
a Natalia con una copa de vino Caparzo
que amablemente nos recomiendan
en un cafetín en cuyas paredes hay escudos y pinturas que aluden al Medioevo.
XIV
Nos encontramos con Isabel, una anciana
maestra mejicana del grupo de turistas. La acompaña su pequeño hijo, quien no
pasa de los quince años y es muy inquieto y parlanchín. Nunca calla y se mete
en todo. Isabel, con una escoliocifosis severa que descuadra sus caderas, es de caminar lento y penoso. Antes
de entrar en conversación nos dice disimuladamente, para que no la escuche el
muchacho, que no es su madre biológica.
Aclaratoria que hace para evitar
comentarios imprudentes ante la notoria diferencia generacional. Seguramente le
habrían preguntado por el nieto, cuando la realidad es que el chico nunca ha puesto en duda que anda con su madre. Ahorró toda la vida
para llegar hasta Florencia. Se declara admiradora de los Médici y dice que el
Renacimiento se le debe a Lorenzo. A usted como médico-continúa- le debe
interesar el hecho de que los Médici deben
su apellido a que la primera profesión de sus ancestros era la de
médicos. Fíjese en el escudo que he visto en algunas calles: tienen
dibujados unos círculos, que en realidad son pastillas o como dicen ustedes
tabletas a comprimidos, qué sé yo.
Isabel se acomoda al cuello una pañoleta para
agregar: mire, hablando de su carrera, le contaré una
anécdota que una vez leí no recuerdo dónde: una vez estaba cenando Lorenzo de Médici con sus
amigos y surgió una conversación sobre
los oficios y profesiones en Florencia. Uno dijo que lo que más abundaba en la
ciudad eran los artistas, pintores, escultores y artesanos. Otro que los
tejedores de paño; y una dama dijo que los joyeros pasaban de cien. Gonella, el
bufón, expresó que los doctores eran mayoría en Florencia. Lorenzo sonriendo
dijo que sólo había tres doctores florentinos: dos que curaban a todos los
habitantes, y Antonio Ambrosio, su propio médico; pero como Gonella insistía en
su posición decidieron retarlo para que la demostrara. Gonella aceptó la
apuesta y al día siguiente se amarró un pañuelo en la cara y al primero que le
preguntó le dijo que tenía dolor de muelas. Inmediatamente le aconsejaron oler
tres pelos quemados de un gato negro, agarrado
en el cruce de cuatro calles. Un monje le recomendó calentar vino tinto y
beberlo mientras rezaba. Y así Gonella recibía recetas, las cuales anotaba, de
músicos, poetas, sabios y campesinos.
En la tarde el bufón regresó al palacio de
Lorenzo, quien al verlo indagó por la
salud de sus dientes. Me duelen mucho, por favor, llame usted a Antonio
Ambrosio. No es necesario, contestó Lorenzo: -Entiendo mejor de estas cosas que
mi propio médico. Yo mismo te curaré:-
Aplícate compresas de hojas de
salvia hervidas y enjuágate la boca con agua de manzanilla. Además, puedes
darte masaje en los carrillos con un saquito de arena caliente. En la noche
Gonella tenía trescientos nombres de personas que se creían médicos y más de
mil recetas. Había ganado la apuesta. Reímos y celebramos el relato de Isabel.
Más tarde supe que lo contado por maestra es un relato de Ítalo Calvino.
Yo recordé al médico Florentino Antonio
Benivieni, quien al final del Medioevo hizo la primera autopsia, para buscar
las causas de la muerte, en un paciente que no retenía alimentos en el estómago
por tenerlo obstruido con un tumor.
XV
Desde la ventana del hotel Nuovo Palazzo Di
Giustizia se ve la calle en calma con
algunos transeúntes. Una luna que me parece extremadamente grande la ilumina.
XVI
Son las siete cuando partimos hacia
Venecia con el frescor de la mañana. Atravesamos muchos túneles y divisamos las
montañas de los Apeninos y sus bosques.
Por la región de Emilia Romaña el cielo se nubla, la temperatura se siente más baja y la
neblina cubre los tejados de las casas. Por aquí surgió en la Edad Media una de las primeras
universidades en Bolonia, donde nació y estudió Marcelo Malpighi, a quien los
estudiantes de medicina se lo encuentran por todos lados por ser el padre de la
Histología: su mayor contribución fue la observación
de los capilares. Ejerció la Medicina siendo muy querido por sus pacientes. Se
dice que era un hombre justo, apacible y de rica sensibilidad a quien se le atribuye la frase: “Las leyes del
universo, siempre están del lado del observador más sensible”.
Particularmente recuerdo a Malpighi por
las clases fisiología: en el microscopio debíamos repetir sus
experimentos con ranas.
Cuando uno viaja los ojos están en el paisaje movible e impresionante por su belleza y
colorido; mientras el pensamiento vuela hacia el recuerdo. En mi caso particular el conocimiento se
refresca y hay placer en constatar que se está cerca de donde una vez se hizo
la historia médica. En Bolonia nació y estudió Giovanni
Battista Morgagni , quien relacionó en
el siglo XVIII los síntomas clínicos con los resultados de la autopsia: Había
inventado la Anatomía Patológica. Con su investigación morfológica sistemática
y rigurosa, consolidó el método de estudio anátomo-patológico, echó por tierra
la doctrina humoral al descubrir en los órganos el sitio de la enfermedad y,
con el análisis clínico de cada caso de autopsia, sentó las bases del estudio
de correlación clínico-morfológica. Morgagni
aprendió de su maestro Antonio María Valsalva, el de las maniobras ampliamente
empleada en pacientes con ciertas enfermedades. Valsalva fue una gran
anatomista y en sus autopsias no se detenía ante nada: podía probar los fluidos
de un cadáver para tratar de determinar
su naturaleza. Una vez escribió:
“El pus de la gangrena tiene mal sabor. Deja en la lengua un hormigueo
desagradable durante la mayor parte del día". Ese método recuerda a los médicos chinos e
hindúes, quienes probaban la orina de los pacientes para diagnosticar la diabetes.
En Bolonia también estudió Lázaro Spallanzani, quien con sus
experimentos derrotó la teoría de la
generación espontánea sostenida por el inglés Needham, y así le abrió el camino
a Pasteur. Cuando estaba en el bachillerato en el liceo Juan Germán Roscio de
San Juan de los Morros, los experimentos de ambos sacerdotes científicos fue
motivo de emocionantes discusiones en los laboratorios de Biología entre tubos
de ensayo, matraces, sapos, ratones y otros animales para experimentos.
XVII
Aparece la llanura Padana amplia, despejada y fértil. De cerca,
con sus viñedos y sembradíos de espárragos, se tiene la percepción de que es
tan plana como el llano venezolano; pero al alejar la vista este cuadro
desaparece: hay árboles grandes en colinas en un fondo nebuloso de trazos
amarillos y rosados. El Po que atraviesa
la llanura, en uno de sus tramos, fue convertido en río de sangre y fuente de epidemias hace más de mil años: el papa Gregorio III ordenó
arrojar los muertos de las batallas con los bizantinos en el río, el cual se
contaminó y por más de un lustro en algunos sitios no se pudo comer pescado. La
discusión sobre el uso de las imágenes
religiosas fue el motivo de la guerra. Los de Bizancio las negaban,
mientras que el papa las aceptaba, muy a pesar de la infalible palabra de la
Biblia que las prohíbe; pero donde no hay iconos no hay un atractivo especial
para ganar adeptos a la fe, por eso la iglesia aceptó las ideas del filósofo
griego Plotino, quien vivió en el siglo II y desarrolló la teoría de las
imágenes y su poder curador a pesar de los
mandatos del Decálogo que instan abstenerse de adorar imágenes. Según Plotino, las imágenes emanan un poder
curador (Doctrina de la Emanación). Las
imágenes empiezan a usarse en el tratamiento de las enfermedades; y ahora no
hay hospital o clínica privada sin sus capillas, altares y santos con sus
respectivas velas.
Cerca está Padua, en cuya universidad trabajó
uno de los más destacados médicos medievales: Pedro de Abano. La Iglesia lo
acusó de no creer en los milagros y registrarle las vísceras a los muertos para
practicar magia. Murió durante el juicio, pero igual lo condenaron a la
hoguera. Unos dicen que su cadáver fue lanzado al fuego; mientras que otros
afirman que sus amigos lo robaron y lo sepultaron.
XVIII
Llegamos a Venecia en un barco que
abordamos en Marghera. Desde el Gran Canal se divisa la Basílica de Santa María de la Salud, con sus cúpulas y capillas, cuya construcción
recuerda la peste que azotó la ciudad en 1630. Un conde fue internado en el
Lazzaretto Vechio, un hospital para pestosos; aunque no debió salir nunca, lo
hizo y diseminó el mal por toda la ciudad. Los muertos se contaron por miles, y
los habitantes solicitaron ayuda divina,
la cual llegó, se supone. En agradecimiento se erigió el templo, en cuyo
recinto se le reza a la Virgen de la Salud. Los santos martirizados Cosme y
Damián también son parte del culto, quienes el siglo III ejercieron la medicina
entre los pobres sin cobrar. La leyenda dice que una vez sustituyeron la pierna
de un enfermo de gangrena por la de un negro que había muerto. El arte ha
reflejado esta manifestación de la
medicina mística en muchas pinturas donde se ve a un hombre blanco en su lecho
de enfermo con una pierna negra. Cosme y Damián son ahora los patrones de los
médicos, los cirujanos y los farmaceutas; además, con sus nombres se designan
algunas sociedades para trasplantes de órganos.
En una góndola nos adentramos por los canales
de la ciudad. El gondolero nos cuenta la
historia de algún monumento; sin embargo
las mujeres de la embarcación quieren
oírlo cantar como en algunas películas, pero el conductor sólo ríe
mientras pasamos por puentes y divisamos balcones sobre nuestras cabezas y
gaviotas en la lejanía. Puente Rialto, grita el gondolero-: Tiene más de mil
años; el Palacio Ducal que encierra las historias más distantes del gobierno veneciano;
el hotel donde se alojó Mozart; la última morada de Wagner; y así sigue,
citando edificios y personajes que alguna vez se hospedaron en ellos.
Al pasar
por el Puente de los Suspiros descorchamos una botella de champaña y
brindamos. Alzamos las copas por el amor, la amistad y el momento único de
respirar el aire veneciano. No obstante, este puente en realidad recuerda los
quejidos dolorosos y no los suspiros placenteros de los prisioneros condenados
a muerte que allí se encontraban recluidos.
A
propósito, cuando llegaron los camiones
de carga a Venezuela en el siglo XX sus primeros
choferes fueron italianos, quienes cariñosamente los llamaron gandolas .en
recuerdo de las famosas lanchas del mar Adriático.
Dejamos la góndola para caminar la Ribera de
los Schiavoni, un paseo largo y amplio lleno de pequeños establecimientos
comerciales y punto de partida para entrar y salir por las callejuelas de Venecia. En cada
oportunidad te da la impresión de ya haber estado en ese lugar, es una forma
peculiar de deja vu veneciano; pero luego caes en la cuenta de que es nuevo.
Casi todos los puestos de suvenires tienen
sus máscaras y sus pinochos, de diferentes tamaños y colores. Carlos
Collodi, el escritor florentino autor del famoso cuento del muñeco de madera,
para hilvanar su relato tomó la idea del homúnculo o ser diminuto
fantástico que luego crece y se convierte
en humano. Cuando Anton van Leeuwehoek
en 1677 perfeccionó el microscopio pudo ver los espermatozoides. Nicolas
Hartsoeker en 1694 también los vio pero pensó que eran los homúnculos,
individuos pequeñitos con grandes cabezas. Surgió así en la embriología del
siglo XVII la teoría del preformismo, muy en correspondencia con los conceptos
mecanicistas de la época, y según la cual el germen se encuentra ya
formado como homúnculo con las propiedades y los caracteres del organismo
adulto. Esta idea fue derrotada por la epigenética que concibe el organismo como una nueva formación que se
desarrolla gradualmente hasta llegar a su estado de embrión maduro.
Luego
de caminar por callejuelas sin rumbo fijo llegamos a la Plaza de San Marco. Las
palomas se acercan y se posan sobre los hombros de los turistas. Una argentina
solitaria nos aborda y dice que aquí surgieron las primeras transacciones bancarias: el hombre de negocios se sentaba
en un banco y hacía sus operaciones mercantiles con sus clientes. Si por alguna
circunstancia las cosas no andaban bien con el dinero y se arruinaba, entonces
agarraba el banco y lo sacudía contra el suelo, es decir quebraba el banco que
era su lugar de trabajo. Fíjense, dice la argentina riendo, esta plaza encierra la historia de la honestidad comercial. Antes el mercader mostrabas honradamente la condición de sus
bolsillos para no engañar a sus clientes, ahora se recurren a todas las
artimañas para ocultar la verdad, no importa que su economía esté por el suelo.
Entramos
al Café Florian, el más antiguo del mundo. Aquí estuvieron Carlo Goldoni ,
Goethe y Casanova. El último de estos
personajes seguramente era atraído por el hecho de que el Café Florían
era el único en su género en aceptar mujeres entre sus visitantes. También
estuvieron Lord Byron , Marcel Proust y Charles Dickens…
La
música clásica en vivo ameniza mientras los comensales se distraen con los
platillos de ravioli, los cubiertos de plata, las fotografías o la
contemplación del atardecer. Cuando la
orquesta toca El Danubio Azul, me entretengo con La Muerte en Venecia de Thomas
Mann. Nos sirven copas de vino Collio. Alguien hace una detonación y las
palomas y gorriones alzan el vuelo con alborozo.
Un barco grande cruza el Adriático; más cerca,
góndolas maniobran entre puentes. Las gaviotas se posan sobre las embarcaciones
detenidas. Los pintores se mezclan con los vendedores de todo tipo de
mercancía, y ofrecen sus cuadros recién elaborados con paisajes del instante.
Reiniciamos
la caminata, vagando por todos los rincones de la ciudad. Una placa recuerda a
los Medici: otra, es del hotel Londra
Palace, donde se hospedó Tchaikovsky y compuso una de sus sinfonías.
Una tablilla anuncia un consultorio
pediátrico, y no entiendo si es una referencia histórica o de la actualidad
veneciana. El coro de Vivaldi. La casa de Petrarca.
Los
pasos y las miradas se dirigen hacia el Canal Grande, donde muchas barcas se
alinean a lo lejos para dar inicio a una competencia. Es la fiesta en aguas
venecianas o Regata Histórica, símbolo de la antigua prestancia y riqueza de la
ciudad. Las naves empiezan a moverse y se hacen cada vez más grandes en la
medida que se acercan a la orilla.
Tras
dejar la algarabía de las embarcaciones nos topamos con la casa donde murió de
tuberculosis Christian Doppler en 1853,
descubridor del fenómeno que lleva su nombre: Efecto Doppler. Cuando estamos
parados en un sitio podemos decir si un automóvil se está acercado hacia
nosotros, o si, por el contrario, se está alejando. Las ondas se hacen más altas cuando se
aproximan, y más bajas cuando se alejan. Es decir, el fenómeno se produce
cuando la fuente emisora de ondas está
en movimiento. También se aplica a la luz: si un cuerpo celeste se acerca a la
tierra se ve azul, y si se aleja se ve rojo.
El Efecto Doppler amplio los conocimientos sobre
el sonido e hizo entender mejor su materialidad: el mismo interacciona con un
receptor y puede ser graficado. Esa interacción permite la orientación y
desplazamiento de un murciélago , por ejemplo; y es el principio de los
ecosonogramas, sin los cuales no es posible el desarrollo de la medicina
contemporánea. Un aparato emite ultrasonidos , los cuales chocan con el objeto
estudiado y se regresan para ser transformados en imagen. El Efecto se utiliza
también para
detectar el flujo de los vasos sanguíneos y escuchar los latidos fetales.
Con
el atardecer regresamos a Marghera y descorchamos una botella de Chianti Classico.
XIX
Como
todas las mañanas otoñales, la de hoy, con su cielo oscuro presagiando lluvia,
es melancólica y fría.
A
propósito del camino que lleva a Verona empezamos a recordar algunos hechos y
personajes en esta ciudad de amores imposibles. No fueron Romeo y Julieta los
primeros en sumergirse en una pasión tormentosa; antes, mucho antes, Catulo se
volvió loco por una mujer casada, quien, sin embargo, lo aceptaba y luego lo
rechazaba para nuevamente acogerlo en su regazo. Aunque se dice que Catulo le
cantó con delicadeza lírica, los siguientes versos contradicen esa teoría:
Con nadie más que conmigo dice mi
amada que se uniría,
ni aunque Júpiter mismo se lo pidiera.
Eso dice: pero lo que dice la mujer
enamorada a un amante
conviene escribirlo en el viento y
en el agua rápida.
El
amor incomprendido de Romeo y Julieta terminó trágicamente y con todo un gran
contingente de imitadores, quienes, supuestamente ingerían en altas dosis para envenenarse un medicamento que pasó a llamarse “Veronal”,
para recordar a los enamorados de Shakespeare. Pero el Veronal no se relaciona con los suicidios
provocados por las pasiones desenfrenadas juveniles, como algunos especulan.
Cuando el alemán Adolfo Bayer descubrió la sustancia soporífera la llamó
barbitúrico o barbital en honor a Santa Bárbara porque era el 4 de diciembre, día de la mártir cristiana. El Dr. Josef Mering
decidió probar la efectividad del nuevo fármaco. Emprendió un viaje y se
despertó en Verona.
Isabel
habla de un veronés del Renacimiento,
Girolamo Fracastoro, quien demostró que
la creatividad es una sola, tanto para las ciencias como para los estudios
humanísticos: en un poema describió la naturaleza de una nueva enfermedad
venérea y hasta le dio nombre: sífilis.
La
plaga era llamada enfermedad española, picazón napolitana, mal francés,
italiano, portugués y de otras muchas maneras ofensivas a los respectivos
gentilicios, según el pueblo culpabilizado de su propagación. De acuerdo al
poema fracastoriano, el pastor Sífilis fue castigado por el dios sol debido a sus
transgresiones sexuales. Sífilis como nombre gustó a todos porque no injuriaba
ninguna nacionalidad.
La
argentina solitaria comenta sobre dos médicos veroneses muy importantes:
Lombroso y Capecchi. El último recibió el Nobel por sus experimentos con
células madres; mientras que Lombroso, dicen no era tan científico como su
paisano genetista porque afirmaba que podía detectar a un criminal por ciertos
rasgos físicos.
Bueno-intervengo
yo-: Más de una vez he escuchado comentarios como “ese tipo tiene cara de
criminal”.
-Yo
apoyo las teoría lombrosianas-dice la argentina- sobre todo en
lo referente a los castigos para los criminales incorregibles: o
encerrarlos de por vida o liquidarlos. Es la única manera de defender a la
sociedad de manera efectiva.
Luego
la maestra mejicana, quien tras su aspecto de anciana venerable con dificultades motoras, esconde una mente
incisiva , una buena memoria y posiciones radicales , recuerda el caso de
Phineas Gage, a quien una barra metálica le destrozó el lóbulo frontal en un
accidente laboral, luego de lo cual se transformó de hombre bondadoso en un ser
huraño y blasfemo.
Isabel
calla un rato y luego agrega:- Con el caso del hombre de la barra quedó
demostrado que somos buenos o malos según lo determina la estructura de nuestro
cerebro. Como los trasplantes de sesos no se hacen todavía, es muy recomendable
eliminar al criminal o aislarlo en una celda y perder la llave, porque en
libertad seguirá con sus fechorías.
Bueno,
yo decidí no hablar por sentirme ignorante en asuntos de criminalística.
Preferí pensar en cuestiones más pedestres y
me preguntaba si la expresión “tener dos dedos de frente” se relaciona
con la materia tratada.
Nuestros
vecinos conversan sobre otros temas más ligeros y en correspondencia con
nuestro viaje. Capto que hablan de las termas de Catulo; de la República de
Saló, último consuelo de Mussolini; de
Monte Bianco y sus divinidades; la batalla de Solferino y su testigo más
prominente y necesario: Henri Dunant, quien al presenciar las miserias de la
guerra decidió crear la Cruz Roja Internacional. En
Génova-comenta alguien- hay una estatua de Cristobal Cólon, cuya expresión
marmórea de sus labios, según Gorki, se traduce como “sólo triunfan los que
tienen fe”.
XX
“Mantener
la distancia salva la vida”. El letrero se repite cada cierto trayecto, y creo
tiene vigencia no sólo para los automóviles, sino para las personas y la toma
de decisiones.
XXI
Ya estamos en Milán. Mientras llueve y oscurece aprovechamos para
descansar. Hago un recuento de las posibles visitas. Prioritario es ver La
última Cena.
Averiguaré si hay algún recuerdo de Paré. Ambrosio Paré, padre de la Cirugía moderna,
corrigió a su compatriota, Giovanni de Vigo, quien malinterpretaba a Hipócrates
cuando afirmaba que “lo que la medicina
no cura, lo cura el hierro, y lo que no cura el hierro lo cura el fuego …”.
Por
eso Giovanni de Vigo enseñaba que las heridas de bala debían ser tratadas con
aceite hirviendo para evitar la infección, la cual en realidad prosperaba más,
porque aumentaba y profundizaba la superficie dañada. En un principio, Paré
recurrió a ese método; pero en la guerra de Milán al terminarse el aceite
recurrió a una mezcla de yema de huevo con aceite de rosas con resultados
positivos. Pero es probable que Paré nunca estuviera Milán, sino que curaba a
los soldados, compatriotas franceses, en otro lugar fuera del campo de guerra.
En
alguna iglesia de Milán está enterrado Girolamo Cardano, cuyo nombre se
recuerda por ser el inventor de un componente mecánico: el cardán. Era médico,
matemático y astrólogo. Aunque realizó una destacada actividad anticristiana,
recibió cristiana sepultura en la ciudad del Edicto de Tolerancia de la
religión que atacó: escribió el horóscopo de Jesús y un homenaje a Nerón. Fue
acusado de herejía, encarcelado, liberado, y luego designado astrólogo de la
corte papal. Muchas veces, ser enemigo comedido es mejor que ser amigo
incondicional.
En
Metro llegamos a la Plaza del Duomo. La catedral está abarrotada de gente que
asiste a una misa por la muerte del arzobispo emérito de Milán
Carlos María Martini. Hay música fúnebre y campanadas en el Duomo con sus estatuas y pináculos. Curas y monjas de negro se
confunden con los feligreses.
Pasamos
pórticos y columnas para llegar a la plaza Mercanti con sus acabados
arquitectónicos medievales. Un arco
triunfal grande nos lleva hasta la Galería de Victor Manuel II .Paredes,
pisos y vitrinas deslumbrantes con sus
decoraciones y pinturas amalgaman una
confusión maravillosa de arte y comercio. Lirios, cruces, lobas de Roma, toros
de Turín son objetos para la veneración, el rito, las peticiones y la buena
suerte.
Sin
darnos cuenta llegamos a la Plaza a la Scala con su famoso teatro de gruesas
columnas y afiches anunciando la nueva temporada de óperas y fábulas entre
salas de terciopelo, palcos y lámparas brillantes de cristal de Bohemia.
A
unos pasos está la estatua de Leonardo, meditabundo y con una mano en gesto
elocuente de haber encontrado la solución a algún problema. Un pájaro sobre su
cabeza se mueve hacia todos los lados para demostrarnos que no es parte del
conjunto escultural.
Por
la Vía Dante llegamos hasta la Plaza Castelo. Una estatua ecuestre de Garibaldi
se alza imponente. Recordé una biografía del doctor Pirogov. El cirujano ruso
fue consultado sobre una herida que recibió el militar italiano en una pierna.
Los especialistas proponían la amputación; pero Pirogov sugirió otro
tratamiento, gracias al cual nunca hemos oído hablar del “Mocho Garibaldi”.
Divisamos
el Castillo Sforzesco con sus paredes gruesas y torres. En sus aposentos laboró
el genio de Leonardo.
Nos
acercamos al convento dominico en la
Iglesia de Santa María de las Gracias, donde está la obra pictórica de Leonardo
más famosa: La última cena. Nos han informado que la entrada para ver el cuadro es difícil pero podemos hacer el
intento. Nos apresuramos por el bulevar en una tarde fresca que muestra sus
primeras sombras. Una sensación rayana en el nerviosismo nos invade de sólo
pensar que pronto estaremos frente ante una de las maravillas del arte
universal. Un anuncio con el horario de visitas impacta con dureza sobre
nuestros sueños: hoy precisamente la exposición está cerrada al público.
Regresamos abatidos y en silencio. La gente
conversa distraídamente en los cafetines al aire libre. Jóvenes alegres pasean
en bicicleta. Unos buhoneros africanos empiezan a tender sus mercancías sobre
las aceras, tal vez aprovechando la poca vigilancia policial nocturna. Ante
unos rieles nos detenemos para esperar el paso de un tranvía.
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