ELVIRA MUGNO Y MIGUEL MALASPINA,FUNDADORES DE LA FAMILIA MALASPINA EN VENEZUELA.

ELVIRA MUGNO Y MIGUEL MALASPINA,FUNDADORES DE LA FAMILIA MALASPINA EN VENEZUELA.
ELVIRA MUGNO Y MIGUEL MALASPINA, FUNDADORES DE LA FAMILIA MALASPINA EN VENEZUELA.

martes, 12 de abril de 2016

MEMORIAS DE ITALIA (XI)

MEMORIAS DE ITALIA

XI
    Escampa y hace un poco de sol. Para recorrer la ciudad cada uno se va  por su lado de acuerdo a sus gustos  e intereses artísticos  y acordamos encontrarnos en la Puerta del Paraíso, la obra magistral de Lorenzo  Ghiberti construida en 1452 con escenas del Viejo Testamento en la Catedral de Florencia.
 Llego hasta la Galería de la Academia .Hay una larga cola. Titubeo y me pregunto si hacer un recorrido por el casco histórico  en unas carretas tiradas por caballos  y disfrutar de una panorámica general de la ciudad  o seguir esperando para ver el David original; pero al final decido quedarme. Llueve nuevamente de manera intermitente. Un poco de lluvia se alterna con un poco de sol. Estoy empapado a pesar del paraguas que me vendieron unos africanos. Exactamente estuve una hora para entrar.
 Dentro del museo hay muchas obras de Miguel Ángel, pero la gente se agolpa alrededor del David, perfecto e intocable. El rito consiste en esperar su turno para admirarlo y luego sentarse y seguir contemplándolo de lejos. La larga espera  se recompensa con unos minutos de meditación frente a la escultura magistral. Me parece que todos oran en silencio como frente a un altar y ruegan por las cosas bellas de la vida. El David de Miguel Ángel, según se ha dicho desde el Renacimiento, se prepara para su combate decisivo contra Goliat ; y cada uno de los amantes del arte que lo observa de tan cerca con arrobo casi religioso pide fuerzas para continuar la lucha que implica el sólo hecho de existir.

 Salgo con la satisfacción  de haber visto el original del David y no haberme conformado con la copia en la Plaza de la Señoría.  Por una callejuela sigo sin un rumbo determinado. Un anciano de barba blanca, como salido de una de esas pinturas del siglo XIX,  está sentado en una acera. Fuma pipa y toca el acordeón. Al verme entona música de mariachis. Se llama Marcelo, es napolitano y fue marinero en sus mejores tiempos. Me siento junto a él y le pido una canción de su pueblo,  y  con gusto la saca  en su instrumento que parece pieza de museo. Con alegría y tristeza recuerdo al abuelo Michel Malaspina, quien según José Antonio de Armas Chitty cantaba melodías napolitanas en sus momentos de nostalgia en Santa María de Ipire.

   Un grupo de personas está alrededor de un Cupido de carne y hueso, pero empieza nuevamente la lluvia y ahora con gran intensidad. A Cupido se le chorrea la pintura que lo transformaba en escultura  y no le queda más remedio que correr hasta un pasillo techado.  Natalia y yo entramos a un bodegón y con ensalada mediterránea brindamos con vino toscano mientras mejora el tiempo.




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