MEMORIAS DE ITALIA
XI
Escampa y hace un poco de sol. Para
recorrer la ciudad cada uno se va por su
lado de acuerdo a sus gustos e intereses
artísticos y acordamos encontrarnos en
la Puerta del Paraíso, la obra magistral de Lorenzo Ghiberti construida en 1452 con escenas del
Viejo Testamento en la Catedral de Florencia.
Llego hasta la Galería de la Academia .Hay una
larga cola. Titubeo y me pregunto si hacer un recorrido por el casco
histórico en unas carretas tiradas por
caballos y disfrutar de una panorámica
general de la ciudad o seguir esperando
para ver el David original; pero al final decido quedarme. Llueve nuevamente de
manera intermitente. Un poco de lluvia se alterna con un poco de sol. Estoy
empapado a pesar del paraguas que me vendieron unos africanos. Exactamente
estuve una hora para entrar.
Dentro del museo hay muchas obras de Miguel
Ángel, pero la gente se agolpa alrededor del David, perfecto e intocable. El
rito consiste en esperar su turno para admirarlo y luego sentarse y seguir
contemplándolo de lejos. La larga espera
se recompensa con unos minutos de meditación frente a la escultura
magistral. Me parece que todos oran en silencio como frente a un altar y ruegan
por las cosas bellas de la vida. El David de Miguel Ángel, según se ha dicho
desde el Renacimiento, se prepara para su combate decisivo contra Goliat ; y
cada uno de los amantes del arte que lo observa de tan cerca con arrobo casi
religioso pide fuerzas para continuar la lucha que implica el sólo hecho de existir.
Salgo con la satisfacción de haber visto el original del David y no
haberme conformado con la copia en la Plaza de la Señoría. Por una callejuela sigo sin un rumbo
determinado. Un anciano de barba blanca, como salido de una de esas pinturas
del siglo XIX, está sentado en una
acera. Fuma pipa y toca el acordeón. Al verme entona música de mariachis. Se
llama Marcelo, es napolitano y fue marinero en sus mejores tiempos. Me siento
junto a él y le pido una canción de su pueblo,
y con gusto la saca en su instrumento que parece pieza de museo.
Con alegría y tristeza recuerdo al abuelo Michel Malaspina, quien según José
Antonio de Armas Chitty cantaba melodías napolitanas en sus momentos de
nostalgia en Santa María de Ipire.
Un grupo de personas está alrededor de un
Cupido de carne y hueso, pero empieza nuevamente la lluvia y ahora con gran
intensidad. A Cupido se le chorrea la pintura que lo transformaba en
escultura y no le queda más remedio que
correr hasta un pasillo techado. Natalia
y yo entramos a un bodegón y con ensalada mediterránea brindamos con vino
toscano mientras mejora el tiempo.
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